Baile de estrellas.

La mañana la sorprendió con la espalda apoyada en la cabecera de su cama, abrazando con fuerza sus piernas flexionadas. Se había pasado la noche paralizada por el miedo, bocarriba, tapada hasta las cejas; como si el estar cubierta con las mantas impidiese que la sombra que hacía bombear su terror se la llevase, le hiciese daño.

Había pasado la noche inmóvil en esa posición. Tenía sumo cuidado al respirar, evitando movimientos bruscos y ruidos excesivos. Tan sólo era incontrolado el movimiento de sus ojos, vigilantes en todo momento, cuando oía algún sonido.

La luz de la mañana parecía haberla tranquilizado. Pero en su mente seguía grabada la noche, la oscuridad, el miedo inseparable que la acompañaba, y el día avanzaba irremediablemente hacía otro período sin luz.

Lo más sencillo era pensar que se estaba volviendo loca, al menos si se convencía de ello supondría que lo ocurrido era producto de su
imaginación, y lo creado por la mente no podría hacerle daño. Sin embargo era difícil creer que estaba loca cuando todo había resultado tan real, demasiado real para haber sido creado por su mente.

La escena se sucedía una y otra vez en su cabeza, pero a pesar de que todo encajaba, de que parecía recordarlo por completo, tenía la sensación de que había algo más, algo que tenía enterrado en el subconsciente o que alguien había borrado de su vida. Algo que a pesar de los esfuerzos de ese ente desconocido por ocultarlo había sucedido sin duda alguna.

Intentó recordar aquello que se escondía en su mente, pero por más esfuerzos que hizo no consiguió descubrir ni un segundo de la noche donde se le pudiese haber pasado algo por alto. Quizá esa sensación era tan sólo producto de su enferma mente.

Después de unas horas sus intentos por recordar pasaron a ser intentos por olvidar lo sucedido, intentos de dejar atrás lo que había visto. Se dispuso a tomar un relajante baño para ahogar en él los fantasmas de la noche y poder dormir un poco. Se desvistió con una lentitud que hacía que se sintiese bien.

Dejó que su cuerpo desnudo se reflejase en el espejo. Se deleito observando el tatuaje de su brazo.

Un grito invadió la casa. El terror que parecía olvidado apareció de nuevo.

En su brazo no estaba sólo el tatuaje, partiendo éste en dos, aparecía una cicatriz que nunca hasta ese día había estado hay. En ese momento comprendió que la sensación de que había algo oculto en su olvido que no lograba recordar no era producto de su imaginación. A pesar de haberse tapado, de haberse escondido debajo de las sábanas no había impedido que se la llevasen.

Fue al armario. Sacó una maleta. La llenó con lo primero que llegaba a sus manos. Metió algo de comida en una mochila y se subió a su coche.

Empezó a conducir sin rumbo fijo, sin ganas de parar. Pensaba que si seguía moviéndose jamás podrían encontrarla. El cielo se puso su vestido de lentejuelas para darle la bienvenida a la Luna. Buscó un hotel de carretera donde poder pasar la noche, ninguno le parecía lo suficientemente seguro.

Pero no podía seguir adelante, así que al final paró el motor de su coche y alquilo una habitación en el primer motel que encontró.

Se hizo con un compañero, el alcohol. Con un vaso de whisky en la mano se fue a la ventana, a empaparse de la belleza de la noche. Se podían ver muchas estrellas desde allí, muchas más que desde su casa. La Luna estaba majestuosa, perfecta, increíblemente preciosa. 

Estaba hipnotizada por el paisaje, hasta el punto de que a pesar de que sentía que algo extraño sucedía, no se dio cuenta de los cambios que se estaban produciendo hasta que fue demasiado tarde.

La Luna empezó a tomar un color extraño, un rojo pálido. Tenía su mirada fija en el pequeño astro. De repente y sin saber porque giró su cabeza hacia el lado contrario. Y ahí estaban, como salidos de la nada, varios puntos de luz, como estrellas muy muy cercanas, bailando en el cielo, partiendo de una forma inicial parecida a una flecha para mezclarse una y otra vez a una velocidad moderada que fue creciendo poco a poco. Fueron unos segundos y según aparecieron así se marcharon.

Paralizada, de pie ante la ventana, había observado de nuevo el espectáculo de la noche anterior. Otra vez el miedo la invadía y el insomnio aparecía por segunda noche consecutiva. La botella de whisky se vació demasiado rápido.

Su compañía se había acabado excesivamente pronto. Un pensamiento fugaz pasó por su mente. Levantó su manga derecha y se palpó el brazo. Ahí seguía la cicatriz, pero en es momento estaba caliente y algo parecía palpitar dentro de ella. Cogió la botella vacía y la golpeó contra la mesita. Con el trozo de cristal que quedó en su mano presionó todo lo que pudo sobre la cicatriz. Un líquido rojo fluyó de la herida y la tranquilidad la invadió. Se dejó caer sobre la cama. De su mano resbaló la botella. Se empezó a reír a carcajadas, todo eran imaginaciones suyas, incluso la cicatriz podía llevar años ahí y ella no se había dado cuenta.

Al cabo de un rato se levantó para limpiarse el corte. Fue al baño en busca de gasas, pero no tenían nada en el botiquín. Al volver su mirada se posó en la cama. Había caído algo de su sangre en las sábanas, pero la mancha que había en ellas no era roja. Volvió a mirarse la herida, ya había cicatrizado. Cogió otra vez la botella, esta vez el corte era bastante profundo. Metió sus dedos en la herida y hurgó en busca de algo. Un chillido y un gesto rápido apartando su mano de la herida fueron lo siguiente.

Miró sus dedos, en dos de ellos había unas pequeñas incisiones, como si algo la hubiese mordido. Los chupó pero no sabían a sangre, era un sabor dulce, excesivamente dulce. Intentó volver a introducir sus dedos en la herida, pero de nuevo se había cerrado. 

Cogió todas sus cosas y se metió de nuevo en el coche. El automóvil iba comiendo metros a la carretera a una velocidad endiablada. Se paró delante de una ferretería que estaba cerraba.

Después de pensarlo arrancó el coche y arremetió contra la luna del local. Se adueñó de un hacha pequeña y se largó de allí.

Llegó a un bosque. Vació otra botella de whisky en su estomago. 

Levantó el hacha y lo descargó contra su brazo. Un grito recorrió el lúgubre lugar mientras del brazo cortado salía un pequeño ser de dientes afilados dando pequeños chillidos, retorciéndose de dolor. 

Poco tiempo después aquel ser no se movía, había acabado su existencia para siempre.

Con gotas de sudor paseando por todo su cuerpo, sentada en el húmedo suelo del lugar quemó como pudo su herida para no desangrarse. La pesadilla había acabado, podía permitirse un descanso, así que se apoyó en un árbol, se limpió el sudor de su cara y se dejó vencer por el sueño.

Una luz invadió a sus ojos cerrados. El día había llegado por fin. 

Levantó sus párpados lentamente, sin prisa. Y entonces, una imagen monopolizó sus pupilas y el miedo se apoderó de ella por segunda vez esa noche. Tenía ante sí el baile de luces que había visto horas antes. Buscó la Luna con su mirada inquieta. Estaba teñida de un rojo pálido. Quería correr, irse de aquel lugar, pero su cuerpo no quería moverse. Las luces se acercaban intercambiándose posiciones una y otra vez. Volvía de nuevo la pesadilla.

El ruido de las sirenas rompía el silencio y la paz del amanecer. 

Una docena de coches de policía llegaban a aquel lugar en ese momento. De uno de ellos bajo un hombre vestido con traje. Varios agentes estaban examinando el lugar del crimen recogiendo todas las pruebas que fueran posibles. El hombre se acercó al cuerpo de la víctima. Le faltaba el brazo derecho y el izquierdo estaba atado a la vía con una cuerda a la altura de la mano. No había ninguna señal de violencia. Se fue al otro lado de la vía del tren para examinar la cabeza. Tan sólo una pequeña cicatriz en la barbilla.

Se puso de pie. Se dedicó a mirar la escena del crimen. Algo le llamó la atención. Un animal desconocido, de color amarillo muy claro, estaba cerca de la cabeza de la víctima. Un animal sin vida que podía que no tuviese nada que ver con esa muerte.

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